Fragmento:
“Zoe llora.
Está sola, en su auto de lujo. No podía seguir conduciendo. Ha detenido el
auto al borde de la pista. En el asiento de atrás está el cuadro desfigurado y
húmedo que le compró a Gonzalo y que Ignacio arrojó a la piscina. Ella misma
lo sacó de la piscina. Ignacio no estaba en casa. Zoe no quiso llamarlo al
celular. Se metió en la piscina en ropa de dormir, bajando lentamente la
escalera, sintiendo el agua fría que trepaba por sus muslos, y sacó el cuadro
con más tristeza que rabia. Luego lo metió en su auto y supo lo que debía
hacer [...] En el fondo te mueres de celos. Le tienes celos a Gonzalo, porque
sabes que es feliz, que hace lo que le gusta, no como tú. Y me tienes celos
porque sabes que admiro a tu hermano. Por eso tiraste el cuadro a la piscina.
Porque eres un infeliz. Y yo no quiero estar casada con un infeliz. No quiero.
Yo necesito amor y tú me tratas como si fuera una empleada del banco. No me
interesa tu plata. Estoy harta de tu plata. Quiero sentirme viva otra vez.”
Creo que mi mujer se está acostando con mi hermano, piensa Ignacio. Tiene
treinta y cinco años, es un banquero acaudalado y adicto al trabajo. Zoe, su
bellísima esposa, se aburre es ese matrimonio tan perfecto que se torna
opresivo. Quien se ocupará de romper la rutina será Gonzalo, el hermano menor
de Ignacio, un pintor apasionado seductor que no perdona: aunque Zoe, su
cuñada, le gusta mucho, ¿Intentará seducirla y llegar hasta el final,
traicionando a su hermano? Dos hermanos y una mujer: El triángulo se perfila
de un modo inquietante. Es una bomba que va a desencadenar secretos
familiares, el furor contenido del deseo, la fuerza ingobernable del amor. Una
historia apasionante, que subyuga de principio a fin, narrada con exquisita
maestría: el Jaime Bayly más deslumbrante.
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Jaime Bayly
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